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Hemos podido leer
estos días, como algunos usuarios de las redes sociales se han expresado
en relación al accidente sufrido por la Delegada del Gobierno en
Madrid, Cristina Cifuente, que la tiene aún, dada la gravedad de las
heridas sufridas, en la UCI del Sanatorio La Paz ; quizás los energúmenos escondidos cobardemente en el
anonimato, se han animado a su felonía al conocer las declaraciones de algunos
líderes de concreto partido
político con aspiraciones a gobernar España.
A quienes
la edad longeva nos dio ocasión de
conocer, y sufrir, tiempos aciagos de nuestra historia, que arrancaron en el
prefranquismo --la historia es siempre
historia con sus sombras y sus luces en todo caso (en todo caso, oigan)-- se nos entristece el ánima hasta la casi
congoja con tales manifestaciones (hasta ahora verbales) de recochineo ante la
desgracia de otro ser humano por el simple hecho de no ser de la misma ideóloga,
hasta el extremo de desear su muerte. Es terrible.
Uno de los
inhumanos a quienes me refiero, valga un
solo ejemplo por otros más, ha escrito:
“Lástima que nuestros profesionales de la
sanidad pública (que ya sabemos quien la instituyó y cuando) sean tan buenos profesionales que no dejen
de morir a Cristina Cifuentes. O sea que, en aras de una ideología, hay que
matar a quien piense de otra forma.
Don
Fernando de los Ríos, ministro de uno de los Gobiernos de la
II República (el que concedió al eximio
cartameño, José González Marín, la Gran Cruz
de Isabel la Católica
a pericón de García Lorca y muchos intelectuales más), en una visita oficial a
Rusia fue recibido por Lenin al que, como dato positivo de su gobierno, le
informó que en España se había instaurado la libertad. El
político comunista ruso decepcionó tremendamente al español al contestarle: “¿Libertad...?
¿Libertad para qué...?
Naturalmente
que la libertad es uno de los dones más precioso del los que debe gozar la
persona humana, y los gobiernos están obligados a proporcionársela a todos los
ciudadanos, evitando con sabias y radicales leyes que unos usuarios de ella
coarten, o priven a otros, de ella, cual es el caso, y otros no menos
llamativos, que aquí nos ocupa. Antonio Machado,
nada sospechoso de “facha”, dijo en su poema, “Por tierras de España”:
“...Veréis llanuras bélicas y páramos ascetas
--No fue por estos campos el bíblico jardín-
Son tierras para el águila, un trozo de planeta
Por donde cruza errante
la sobra de Caín”
Y Azorín: “España siempre será España...”