Con unos dos años y medio, sobre mi madre la mano y, la tía Pepita que vivía con nosotros
Era un
rosal plagado de alegres y pequeñas
rosas blancas de pitiminí, que orlaban las jambas y el dintel de la
ventana del dormitorio del Cortijo de la Alhóndiga por la parte exterior. Mi joven madre, trémulo y precioso trasunto de aquellas
delicadas rosas, llegó al cortijo tras su boda con mi padre en 1.928 y,
plantó el trepador arbusto. Le gustaban,
y cultivaba, todas las plantas propias del hogar.
Un aciago día en marzo de 1.936, mis padres y sus dos hijos (niño y niña de cinco y tres años
respectivamente) se fueron a vivir al
pueblo en la entonces llamada calle “En medio”
y, en una vivienda contigua al solar en
donde después se construiría el Teatro, José González Marín.
Y, vino la
incivil guerra; y pasaron en Cártama y en mi familia muchas cosas que vieron mis
ojos atónitos y laceraron mi corazón que, no obstante, Dios me conservó y conserva limpio de rencores.
Tomada
Cártama por los nacionales el 9 de febrero
de 1.937, mi
padre regresa de la sierra en donde estuvo siete meses refugiado tras escaparse del coche en el que
le daban el “paseo” de la muerte. Recoge
a mi madre y sus tres hijos (uno nuevo le había nacido estando en la sierra) de
casa de mis abuelos en el Cortijo “El Convento” cercano a Alhaurinejo y de
nuevo se instala en Cártama pueblo. Le habían matado a su padre y a un cuñado
Mi madre,
acompañada de una amiga de cuando estaba en el cortijo de la Alhóndiga , decide ir a
éste dando un paseo para ver que era de su antiguo hogar. Me llevó con ella.
No más
llegar, lo primero que hicimos mi madre
y yo fue ir a ver su rosal. Estaba mustio, sus hojas color sepia anunciando
su fin vegetal, pero aún,
inexplicablemente, conservaba verde un largo tallo del que pendía una grácil y diminuta rosa blanca. Mi madre, con
su cara chorreada de lágrimas incontenibles, se apresuró a cortarla y la mimaba como un relicario de recuerdos.
Retornamos al pueblo por el camino del Cerro del
Molino y, ya en casa, ella puso la
blanca joya vegetal en estrecho
ramilletero de cristal con agua que dio nueva vida a la flor.
Cuando sus
hojas amarillearon y empezaron a caer sobre la mesa de alas, mi madre
besándolas, las fue colocando entre las hojas de su devocionario en donde
perduraron largos años.