“TABIQUE”
A la memoria de mi padre, al que tanto quiso TABIQUE
Los molineros,
Antonio “El Pichi”, “El Niño de
Su pelaje era blanco, un tanto sucio de tanto deambular
a la deriva, hambriento, desvalido y
medroso por las calles, aún terrizas, del
pueblo y por el muladar al que lindaban
las tapias del molino, siendo más que probable que su madre pariera a la camada en alguna de las garberas
de cañas que otrora abundaban por estos descampados. Las orejillas color negroide dobladas sobre sí mismas, una mancha
retinta en la parte izquierda de su diminuta cara y, un hociquillo renegrido. Rabón, aunque el muñón de éste que le quedaba
era un órgano más para expresar, moviéndolo a distintos compases, el estado de ánimo del enclenque can. En la calle, desde donde vino a resguardarse junto a las cálidas paredes de los trojes interiores del molino, corría un terralote que atería el cuerpo del diminuto animal que
le hacía tiritar en toda su anatomía; se
veía claramente desmamantado y, por tanto, desnutrido, probablemente su madre, a saber cual, también estaría ya sin leche en sus ubres para alimentar a sus
hijos, y los habría desperdigado fuera
del tresnal de haces de cañas a la
aventura por la perra vida, para que cada
uno corriera su suerte. No mediría el mínimo animalillo quince
centímetros de largo por siete de
alto.
Se ubica este relato en la malhadada época de dura postguerra, de lacerantes hambrunas para los humanos (da horror la mera
evocación), cuánto más para perros callejeros.
Miguelón (1.90 de envergadura y un corazón
tierno como breva paneta), lo vio el
primero y lo cogió en sus enormes manazas;
le trajo de la casa de Frasquito que
comunicaba por dentro con la almazara, un buen plato de leche migada con pan, del que el perrillo comió hasta lamer el fondo. Púsole después sobre un saco
vacío, entre calentitas y aromáticas “tortas” de orujo
de aceitunas prensadas y lo dejó bajo la mesa del romanero. Pero, el pequeñajo
chucho se sentía más protegido arrimado a las paredes y tabiques del molino y,
en una de ellos, volvió a guarecerse, aún tembloroso, tendencia que dio lugar a
su nombre. Fue adoptado como uno más de
los animales domésticos de la labor de Frasquito “Talento”, a la que también pertenecía la
mentada almazara de aceitunas.
Cuanto más crecía en edad (de cuerpo quedó pequeño
tal solían estar estos “rateros” guadalhorzanos), TABIQUE mostraba su fino y agudo instinto, diríase
inteligencia, en aras de un constante
y abnegado servicio a los humanos próximos, a los que,
a veces, superaba en la lealtad y
fruición de sus comportamientos
afectivos.
De raza le venía el instinto de cazador. Donde
él estaba, o merodeaba, las ratas domésticas, antaño tan abundantes en graneros, tinados, corrales,
patios y cuadras labrantías, desaparecían.
También perseguía por las huertas las ratas de agua, topos, lirones y otras pequeñas
alimañas dañosas para la agricultura. Nunca, empero, persiguió a comadrejas, turones, lagartos, culebras y otros depredadores tan necesarios
para el equilibrio ecológico favorecedor de los campos de labor. A veces, hasta
se enfrentaba, en desigual lucha, con el tejón que salía de noche de su tejonera
subterránea, escarbada en el soto del río, a los plantíos de avellanas (cacahuetes),
ya en sazón, que destrozaba con sus
impresionantes uñas causando enormes
perjuicios al siempre por doquier atosigado campesino.
Como curiosidad, es de resaltar el espectáculo
que constituía ver a TABIQUE perseguir las ratas de acequias y almatriches
cuando al resfriar el labriego los rastrojos, el agua las sacaba de sus
escondrijos estratégicos bajo tierra
junto a las raíces de los frutales, de cuyas cortezas se alimentaban debilitando el árbol, y también en el mismo momento acosaba a topos y lirones, igualmente dañinos. TABIQUE,
metido hasta la barriga en la manta de agua que cubría los canteros, iba dando
cuenta de todos y cada uno de los
roedores enemigos del labrador, con el arrobo de éste al verle “faenar”.
El entrañable ratero, tenía distintos toques de ladrido: se
sabía cuando perseguía a su presa por el
“latido”;
“hucheaba”
para pedir ayuda porque él no podía alcanzar a alguna alimaña que lo había esquivado
subiéndose a un árbol, ; “chillaba”, cuando, aterrado, venteaba al perro rabioso que, según adagio poco feliz, solía suceder en la época de la flor del almendro;
“gañía”, si estaba enfrentado al temible tejón, mas fiero y potente que él y, así pedía ayuda;
“gruñía”
quedo, orejas en postura expresiva, para advertir al amo que alguien extraño se
acercaba a donde se encontraran
ambos, distinguiendo con inaudita
certeza si eran gentes de paz o aviesas. Tal rezaba la copla, para las gentes
de los campos cercanos “no había en la
ribera otro perro como mi perro...”
En la caza de la rata doméstica mostró una
aptitud singular que le dieron fama entre el vecindario, cuyo nombre, todos sabían, especialmente los chavales, quienes,
a veces, le acompañaban para verle como las sacaba de entre aperos, pilas de
sacos, espuertas, boquetes no muy hondos
y otros escondites; lo jaleaban cada
vez que, con recortes felinos y una velocidad endiablada e inconcebible en su
escueta anatomía, cogía una de estas roedoras entre sus dientes, y la enviaba al otro mundo con un brusco y como
eléctrico zarandeo a izquierda y derecha
de su cabeza; muerta,
la dejaba displicentemente en el suelo y, a por otra si la había, seguido de la
chiquillería que le azuzaba: “¡¡¡Aquí,
aquí, TABIQUE, otra, otra, ¡urri
ahíiiii, a por ella...!!!!!!
***
Como casi todas las del
verano, aquella noche agosteña, quien esto escribe, hijo mayor del dueño de la labor, Francisco Baquero
Vargas, “Frasquito Talento” para el pueblo, se fue a dormir a cielo raso en la parva de la
era, en donde esperaría al carretero,
que haría lo propio, para, antes de rayar el día, uncir la yunta a la carreta y ambos,
con la fresca, iniciar la tarea de
barcina de gavillas desde el trigal del
llano, entre la acequia del Barullo y el Huerto de Pajarito, a la era-gañanía, distantes entre sí unos
Sería eso de la media noche. De pronto, al
mozo lo despertó TABIQUE tocándole con su mano
la cabeza al tiempo que “gruñía” mirando hacia las patas del ganado vacuno
amarrados con sus corniles a las argollas de la pesebrera por debajo del ras de la era. Sabía bien el mozo que aquel “gruñío”
era de alarma y, tuvo miedo, porque alguién merodeaba ya que el ganado
vacuno había dejado de rumiar; no obstante, preguntó en voz alta: “¿quien anda por ahí?” No se hizo esperar
la contestación tranquilizante “Paco, soy
Antonio “Miracielo (insisto: nadie
escapa de tener mote en los pueblos); mis
niños han despertao llorando de jambre y vengo por una olla de leche de la
“suiza” y..., Paco, ¡me la voy a
llevar...!, ¡mis hijos tienen hambre...”. Eran los años de la
“churripampa”, la hambruna de los años cuarenta.
---¡Oh
Dioooos..., Claro que sí vas a dar de comer a tus hijos, y leche caliente; tranquilo hombre de Dios... Pero no de la vaca
“suiza” como dices, que ya se ordeñó esta tarde y está “escurría”;
a la “coletera”, que parió hace un mes
chispa más chispa menos y ya no tiene calostros; le vamos a amarrar las patas a un horcón y,
de ella, vamos a llenar la olla de leche para tus chavales...”
Temiendo que la vaca bregara, ya que no había
sido nunca ordeñada, en efecto, la amarraron las patas a un horcón del sombrajo-pesebrera.
En cuclillas, cada uno a un lado de la
mansa res que parecía comprender y se dejaba hacer, fueron cayendo a la
olla cuatro orondos hilos de blanca y espumosa leche hasta quedar a reboso. TABIQUE, como
confidente del hecho no perdía puntada; su gemir, casi imperceptible
dando vueltas alrededor de la pesebrera, era inusitado y parecía salirle de un
fruido gozo.
--Ahora
vamos a ver si Antonio Zapatero, el boyero, tiene pan en su canasto...Mira, tiene medio pan casero amasado, llévatelo,
que ya buscará el por otro lado, y mígale la leche de la olla a tus zagales...
Además, vamos a ir al Huerto de Pajarito a robarle melones, coge un saco... ¿No
hay ninguno a la vista?, pues sácalo de algún aparejo de las bestias de los que
sirven de mandiles.
200 metros barbecho a través separaba el
sombrajo del melonar de Pajarito. Aún no había salido la luna, que estaba en
fase de cuarto creciente; a cegata, el hijo de Frasquito iba viendo al peso y
tanteo los melones que estuvieran ya maduros, y, echándolos en el saco que
abierto de boca llevaba Antonio. Ya estaba más del comedio, cuando desde la
choza tronó la voz del bueno de José Pajarito que se quedaba de noche en ella
guardando el pegujal, “¡ladrones yo os
voy a dar melones...!”: ¡Puuuuum!.
Al hijo de Frasquito le cogió el escopetazo cuando ya de espaldas iniciaba, con
la priesa que cabe suponer, la escapada y, la perdigonada con plomillos del 7,
le cogió desde las nalgas a la espalda. ¡Corre
Antonio, llevate el saco y escóndete tras el moño de cañas...!. Fue la
salvación de Antonio: el segundo tiro se ahogó en el mentado moño de cañas que
había en un rincón del haza en la cresta del balate de la linde. Ya en el
sombrajo, el boyero y el carretero que había vuelto de ver a la novia (Antonio
lloraba creyéndose culpable de aquella sangre aparatosa), estuvieron un gran
rato sacándole, a la luz de un candil y un farol de boyería perdigones
incrustados en la piel (el tiro fue de lejos) al hijo de Frasquito y
desinfectando con el zumo de limones que habían estrujado en un jarro de
aluminio. Cuando Antonio volvió al
pueblo con su carga, TABIQUE que estuvo en la escena del “robo”, le acompañó corriendo
y saltando a su lado, como congratulándose, hasta que lo dejó
en su casa.
***
El hijo de Frasquito llegó ál sombrajo-pesebrera
desde los regadíos, con una carretada de matas de maíz que, que para pasturar el ganado, él y el bueno de Miguelón,
capataz de la labor, habían entresacado en los maizales.
--¿Mi
padre no ha hecho aún el gazpacho para la merienda?, preguntó al morero y al boyero el hijo de
Talento, al que, lo mismo que al compañero, le acuciaba la gazuza.
--Tu
padre bajó a las huertas y todavía no ha vuelto; nosotros no esperamos más para
merendar de lo que tenemos en nuestros
canastos, hazlo tu con nosotros, tu
padre se habrá entretenido con alguien...
Cansados de esperar, y preocupados porque a
Frasquito desde la guerra le daban ataques de epilepsia y perdía el
conocimiento, ya se disponían los operarios y su hijo a bajar a las huertas en
su busca, cuando el eco les llevó el “hucheo”
lastimero de TABIQUE, más o menos de la
huerta el “Cañamillo”. Hacia esta haza
que estaba puesta de melones se dirigieron siguiendo el latir del perro.
La angustia se apoderó de su hijo y del
morero, que había bajado con él, cuando vieron a Frasquito tendido sobre un banco de melones, cara al
cielo, y el perrillo con sus cortas manos sobre el pecho de él, lamiéndolo, como
besándolo, temblaba entero gruñendo y mirando a los que iban, y al amo, como
queriendo explicar que allí estaban esperando auxilio. Tenía Frasquito a su lado un saco con tres o cuatro
sandías que había cogido para, como
solía hacer, implementar con ellas la
merienda tras comer todos el gazpacho y el mojete en el dornillo.
Frasquito estaba inconsciente, muchas fóllegas
a su alrededor sobre las matas de sandías, que era señal de que el ataque había
sido fuerte y con mucha brega. Su hijo
lloraba mientras le limpiaba la sangre de los arañazos y lo besaba...; el morero dio un vocinazo a los de la pesebrera
que acudieran a toda bulla con una bestia aparejada para llevarlo en ella al
pueblo, distante, cuesta arriba, como unos 1.000 metros.
El hijo, a horcajadas sobre la yegua sostenía
delante de su pecho con una mano a su padre y, con la otra, llevaba el cabestro
de la cabalgadura linde arriba. Agarrado
a la cola de la bestia le seguía el buen amigo desde la niñez en
Ya Frasquito en su cama, y suministradas las grageas de luminaleta o luminal preceptivas, todos se salieron de la
habitación para que durmiera pero..., TABIQUE, agazapado en la alfombrilla de
la cama, mirando a unos y otros hizo
saber enseñando los dientes y gruñendo que él no se separaba de su amigo y amo;
no hubo maneras, allí observando cualquier movimiento del enfermo, amaneció al
otro día.