23 DE ABRIL, GLORIOSA
EFEMÉRIDE AGROMARIANA
Es imposible no recordar aquellas ferias de la niñez y juventud que cada abril y septiembre vivía el pueblo como, igualmente, el día de los hornazos, las perillas “sanjuaneras”, los buñuelos junto a los humeros, etc.; fiesta todas de carácter campesino popular marcadas por los ciclos de las cosechas.
Pero hoy toca describir nuestra feria real de abril en Honor de la Patrona de Cártama, Ntrª de los Remedios y la de San Miguel a la salida del verano, así como anotar algunas fiestas igualmente ligadas al agro o fiesta mayores cual Navidad.
También, por San Juan (junio), los hortelanos celebraban en la punta del pueblo, por la carretera de Alhaurín, la festividad que llamaban de las “perillas sanjuaneras” en honor de San Sebastián que, en dicho lugar, según es hoy tradición oral, tenía su Ermita.; por la navidades era costumbre el paseo a los Tresse instalaban puestos de estas perillas sanjuaneras y de otras variedades y golosinas. Y la costumbre de consumir los ricos palmitos en el mes de diciembre. Y el día de los hornazos por ser ya tiempo de Navidad las amas de casa hacían en los humeros los célebres buñuelos, tal muestra todo las fotos que siguen.
Relativo a la feria de abril, aglutinó siempre, y aglutina aún, en gozo popular a todas las clases sociales de este pueblo eminentemente campesino en fruición devota a la Reina celestial, Nuestra Sra de los Remedios, Patrona de la Villa, cuya festividad se inició, por siempre jamás, y así continua, la trágica data del 23 de abril del año 1.579, cuando una letal epidemia de peste diezmaba la población y, la Virgen, fue sacada por los vecinos en procesión de rogativa por las calles de la villa, siguiendo el mismo itinerario que actualmente 430 años después. El mismo 23 de abril de aquello memorable año, la peste se paró sin que se produjera ni una muerte más. El hecho está en las crónicas parroquiales y capitulares que aunque quemadas en nuestra aciaga guerra de 1.936 quedó por los siglos de los siglos en la memoria del pueblo que se trasmite de generación en generación. Se dio el caso de que la procesión de la Virgen se cruzaba con el carro del enterrador de muertos camino de la fosa común.
El advenimiento de la Virgen como Patrona de Cártama, se produjo empero el 26 de abril de 1.485, recién tomada la plaza a los moros por los Reyes Católicos. Al principio, se le dio culto bajo la advocación de Virgen de los Reyes (era la imagen a la que los propios monarcas rezaban en la capillita de su tienda de campaña). Sin embargo, el pueblo, en virtud de la ubicación de su Santuario en la falda de un coqueto monte que atalaya al pueblo y de una leyenda ancestral, rompió en llamarla, Virgen del Monte, hasta que, tras la realización del milagro de la peste en 1.579 antes invocado, por sugerencia de los monjes trinitarios, que se distinguieron en la asistencia a los enfermos de peste que nadie quería atender por miedo al contagio, y algunos de ellos perdieron la vida. Por tal motivo se cambió el nombre de Virgen de los Reyes por el de Los Remedios, que era, y es, la advocación de la Patrona de la Orden Trinitaria.
En aquellos lejanos siglos, los troveros y juglares le dedicaban a la Nadre de Dios rendidas endechas de devoción, algunas de ellas transmitidas de generación en generación tomadas de los poetas iniciáticos del Mester de Clarecía.
Con los primeros claros del día de cada 23 de abril empezaba a llegar al pueblo la afluencia de romeros. No había carretera, camino vecinal o simple trocha o veredilla sin invadir por la avalancha de peregrinos de la fe popular. De toda la comarca, de todos los pueblos de la provincia, de toda la costa malagueña y de la propia capital, acudían familias completas impulsadas por la fe mariana, a dar gracias a Ella por alguna merced recibida o a implorar otra. La afluencia continua en un goteo de devotos a su Ermita a lo largo del año hasta, según cálculos fiables, unos cien mil al año que suelen dejar colgados en los muros del santuario los más inauditos y singulares exvotos como testimonio de algún favor concedido o de recibirlo en otros casos.
Nadie venía
impulsado más que por su fe trasmitida de padres a hijos sin necesidad de sugestiva y frívola publicidad. Todo era espontaneidad, arranque
voluntario en esta avalancha de romeros que en la madrugada del 23 de abril
empezaba a inundar la Plaza y
De madrugada aún se celebraba la misa de “aurora”. A las once, un predicador de elocuente verbo, el canónigo don José Suarez Faura ofrecía el pregón a nuestra Señora la Virgen de los Remedios con el templo abarrotado de hombres, mujeres y niños. Millares de velas ardían en sus quemadores atestiguando la fe popular en un trozo de la andaluza tierra de María.
Bares abarrotados; las familias de la villa le ofrecían al peregrino el poder descansar y comer a la sombra de las parras de aquellos patios repletos de macetas con flores que tenían casi todas las casas. Pintorescos grupos poblaban los alrededores bajo las acogedoras sombras de los árboles de la parte Sur.
Y, llega a las
siete de la tarde la hora de la misa previa al inicio de la procesión. Templo
abarrotado y la plaza a rebosar de
devotos; rezos y cera encendida. Repiques de las singulares campanas de este
pueblo agromariano. Las golondrinas, aviones y vencejos espantados por las
campanas y la cohetería cruzan raudos el
cielo azul abrileño. De buenas a primeras, se hace el silencio en la plaza: La
Virgen empieza a salir de la Iglesia y
se inicia la procesión por el mismo y multisecular itinerario entre una intensa luminaria de cirios y
velas, bengalas de fuego morado
encendidas al paso de
Esa es a grandes rasgos la procesión ¿quién puede
describir la intimidad devota de cada
alma, el motivo por el que reza, la razón por la que ofrece exvotos, el motivo por el que
descalzas algunas personas caminan a su
lado... Y, ya a altas horas de la noche, al conjuro de la marcha real,
LA FERIA DE ABRIL.-
Como era costumbre casi generalizada, a la festividad religiosa de los pueblos campesinos de España iban unidas celebraciones agroganaderas relacionadas con los ciclos agrícolas y fiestas lúdicas populares. La feria de ganados de abril en Cártama data, según pragmática del Rey Felipe II, del año 1.590; esta feria fue, y es, una de las primeras de toda la región andaluza, y siempre fue de las más importantes por la cantidad de ganado que afluían a ella y el número de transacciones (tratos) que se llevaba a cabo en su transcurso.
El contorno ferial era indistintamente parcelas festivas o, Reales de la feria, y, mercado de ganados próximo; en Cártama se ubicaba en un descampado a la salida del pùebo hacia el Este que hoy, precisamente, conserva el nombre de, “El Mercado”éste entonces situado en el barrio que aún se sigue llamando, “El Mercado”.
Era el mercado ferial el reino de la campechanía al tiempo que de la charlatanería pero, a la hora de cerrar la compra-venta, cada trato verbal era como un protocolo notarial, firmado a perpetuidad con un apretón de manos sellado con la del “correor” sobre las del comprador vendedor a los que sentenciaba: “El trato está hecho, suyo es el mulo y, de usted vendedor el dinero y, el que cobra, paga el corretaje y el vinillo: vámonos al sombrajo del mercado...” Y, aquella ceremonia, para ser de por vida, no necesitaba escrituras, ni firma, ni sello, ni visado pero..., ¡anatema social quien se saltara la palabra dada!. El “trato” era “bendecío” con un buen calibre de aguardiente seco de Ojen en el sombrajo-cantina de cañaveras del Guadalhorce instalado entre el ganado del mercado ferial en donde casi siempre algún flamenco entonaba con buen paladar el célebre fandango de Cártama, que ya no se oye cantar:
“Por las trenzas de tu pelo
un canario se subía;
y
se paraba en tu frente
y
en tu boquita bebía
creyendo que era
una fuente”
O aquel otro fandango que compartían Alhaurinejo y Cártama:
“Viva don Antonio Vargas,
alcalde republicano,
lo digo con ilusión,
no he visto alcalde más bueno,
ni con más buen corazón”
Arribaban al “mercado” una barahúnda de personajes del mas diverso pelaje y laya: tratantes, “correores” (payos y gitanos entremezclados: “pólvora seca”), marchantes, arreadores de piaras, gitanos “esquilaores” y...vendedores, vendedores ambulantes a porrillo: de jáquimas, albardones y aparejos, de varas varias de adelfas, de tarajes, de sierpes de olivo, bastones de toda medida, algunos de adelfas peladas y pintadas de vistosos colores para niños y mocitos cursis; todos voceaban, todos pregonaban sus mercancías, y, de entre todos, sobresalía el pregón del chaval que en un pirulo vendía el agua que llenaba en el cercano pocillo de “Gasparillo” (el trompetilla y pregonero del alcalde): “Agua fresca, aguita fresca a goooorda la pechá” (10 ctmos de peseta) ...”
Y la carrera de un mulo cogido de la jáquima por un gitano mientras otro le restallaba la puntera del látigo para espabilarlo a los ojos de presunto “compraor”; y, un mugir de toros, y un mugir de bueyes y vacas, un rumiar de cabras en sesteo haciendo sonar dulcemente sus esquilitas y balidos de corderos… rebuznos encendidos de un garañón empalmado al olor de la florida burra al que la gitanilla dieciochena mira de reojos mientras, la madre, que ha pasado ya por todas, le sugiere: “hija no te pares, tráeme la olla con agua del cantarillo que voy a echar los garbanzos en remojo...” “Voy má...¡con tanta bulla tú también…” Gente toda digna de la pluma de un José Carlos de Luna que así nos pintaba al campo y a los campesinos y sus usos y costumbres:
“Te
ví a mercar en la feria
un pañolito de taye,
pa que cuando te lo tersies
jagan palmas en la caye
Sabe a Canela
el
suspirito /
de
una mosuela”.
***
...Le lució ser
peujalero;
rejuntó cien peluconas
y
mercó unas treinta yeguas
que
él las yerbea y agosta,
las
marcea y las alambra,
las
manosea y las doma.
Cuando a pan huelen las mieses
y en las eras se amontonan,
Frasco ajusta el pataleo
y
trilla con sus seis cobras
--bordoneando cencerros
las
falsetas dormilonas
de
un lento cante cansino
ansioso de brisa y sombra--...
Ya se remató la trilla.
ya
no pican las alondras
el
rubio grano en reguero
de
gavillas reventonas...
En
relejes de barcina
aletean silenciosas
las
zumayas agoreras,
pardas de polvo y de sombra...
Los
grillos campanilleros
a
humilde rebato tocan...”
***
¡Ay campos de mi niñez,
quien os pudiera sentir
bajo mis pies como alfombra!..
**
Y
Fernando Villalón:
“El pájaro Kuki
de todo se entera
y ocultarle
algo
no vale la pena.
Anoche
Maruja
con un pollo
pera
flirteaba un poco
después de la cena.
Los dos se miraban
(sus ojos se besan)
--¿En qué piensas, chica?
--En lo que tú piensas...
Y el
pájaro Kuki
que estaba a su vera
contesta: --¡ Cochina!...”
Y, Pemán con su genial poema, “Feria de abril en Jerez”, a la que no le va a la zaga en pintoresquismo y personalidad campera y popular la famosa de Cártama que trato de describir...
En medio de esta baraúnda eran de llamar la atención los esquiladores, de los que se cuenta y no se acaba; bajo un árbol o a pleno sol no encontraban éste bordaban sobre el lomo de cualquier rocín a golpe de tijeras signos fálicos, flores, trenzas. Otro estaba especializado en pelar y adornar el cuerpecillo menudo de los perritos “lulú” y “pequineces” que le llevaban las empingorotadas damas, que haberlas habíalas.
Garantizando el orden, una pareja de la Benemérita a caballo, era la representación de todas las virtudes cardinales. Es un decir, humanos somos todos.
Y una pléyade de compradores de mayor y menor cuantía; éstos acompañados de sus mujeres, tesoreras estrictas de sus ahorros, es decir, las que tenían la última palabra en qué y cómo se gastaban los cuartos que custodiaba en su faldriquera.
Todo, y más en un
ambiente rural. Los niños, acorde con la época y los medios lúdicos de aquella
cultura enraizada en tradiciones seculares, gozaban de cosas tan sencillas como
unas meras norias de canjilones animadas por los platillos y el bombo de
Joaquín el de las Norias: “Chinchipún,
chinchipún, chinchipún”...y tras una decena de volteretas:--“niños:¿queréis más?” Y la chiquillería
gritaba, “¡Siiiiiii!”, y,
Joaquín, con su bombo: “chinchipún,
chinchipún...” Y el tren eléctrico en la era de Ramolichi que al pasar por
el tunel, el “demonio” daba con una escoba a los chavales (en este túnel, Juan
Díaz “Pitana” al intentar quitar la escoba al diablo, cayó y las ruedas del
tren sobre los rieles le cortó varios dedos de una mano); y el consabido
organillo de manubrio que ponía dulce y melancólica música y canciones
populares en el ambiente ferial; y el baile en el patio de
Y la buena música
de la banda de Alozáina, la mejor entonces y más antigua de la provincia, que
durante los tres días feriales, incluido el de
En definitiva,
una avalancha de color hacían de aquellas ferias una exposición pictórica:
banderolas, cadenetas de papeles variopintos colgados a lo largo de la calle de
en medio; carreras de cintas a caballos enjaezados intentaba a galope prender
la cinta bordada por la hembra preferida para que ésta se la amarrara al brazo
o, más cerquita aún de su cara, se la anudara al cuello; y cucañas, y repique
de campanas a la hora de la novena a