miércoles, 15 de septiembre de 2021

 

     23 DE ABRIL,  GLORIOSA EFEMÉRIDE AGROMARIANA

 

            Es   imposible no  recordar  aquellas ferias  de la niñez y juventud que cada  abril y  septiembre vivía  el  pueblo como, igualmente, el día de los hornazos, las perillas “sanjuaneras”,  los buñuelos junto a los humeros, etc.; fiesta todas  de  carácter  campesino  popular marcadas por los ciclos de las cosechas.

Pero  hoy toca describir nuestra feria real de abril en Honor de la Patrona de Cártama, Ntrª de los Remedios y la de San Miguel a la salida del verano, así como  anotar algunas fiestas igualmente ligadas al agro o fiesta mayores cual Navidad.

También, por San Juan (junio), los hortelanos celebraban en la punta del pueblo, por la carretera de Alhaurín,  la  festividad que  llamaban de las “perillas sanjuaneras” en honor de San Sebastián que, en dicho lugar, según es hoy tradición oral,  tenía su Ermita.; por la navidades era costumbre el paseo a los Tresse instalaban puestos de estas  perillas sanjuaneras y de otras variedades y golosinas. Y la costumbre de consumir los ricos palmitos en el mes de diciembre. Y el día de los hornazos  por ser ya tiempo de Navidad las amas de casa hacían en los humeros los célebres buñuelos, tal muestra todo las fotos que siguen.

Relativo a la  feria de abril,  aglutinó siempre, y aglutina aún, en gozo  popular a todas las clases sociales de este pueblo eminentemente campesino en fruición devota  a la Reina celestial, Nuestra Sra de los Remedios, Patrona de la Villa, cuya festividad  se inició, por siempre jamás, y así continua, la trágica data del 23 de abril del año 1.579, cuando una letal epidemia de peste  diezmaba la población y, la Virgen, fue sacada por los vecinos  en procesión de rogativa por las calles de la villa, siguiendo  el mismo itinerario que actualmente 430 años después. El mismo 23 de abril de aquello memorable año, la peste se paró sin que se produjera ni una muerte más. El hecho está en las crónicas parroquiales y capitulares que aunque quemadas en nuestra aciaga guerra  de 1.936 quedó por los siglos de los siglos en la memoria del pueblo que se trasmite de generación en generación. Se dio el caso de que la procesión de la Virgen se cruzaba con el carro del enterrador de muertos camino de la fosa común.

            El advenimiento de la Virgen como Patrona de Cártama, se produjo empero el  26 de abril de 1.485, recién tomada la plaza a los moros por  los Reyes Católicos. Al principio, se le dio culto bajo la advocación de Virgen de los Reyes (era la imagen a la que los propios monarcas rezaban en la capillita de  su tienda de campaña). Sin embargo, el pueblo, en virtud de la ubicación de su Santuario en la falda de un coqueto monte que atalaya al pueblo y de una leyenda ancestral,  rompió en llamarla, Virgen del Monte, hasta que, tras la realización del milagro de la peste  en   1.579 antes invocado, por sugerencia  de los monjes trinitarios, que se distinguieron en la asistencia  a los  enfermos de peste que nadie quería atender por miedo al contagio, y algunos de ellos  perdieron la vida. Por tal motivo  se cambió el nombre de Virgen de los Reyes por el de Los Remedios, que era, y es, la advocación de la Patrona de la Orden Trinitaria.

               En aquellos lejanos siglos, los troveros y juglares le dedicaban a la Nadre de Dios rendidas endechas de devoción, algunas de ellas transmitidas de generación en generación  tomadas de los poetas iniciáticos   del Mester de Clarecía.

 

           

LA PROCESIÓN A PARTIR DE 1.579.  

 

Con los primeros claros del día de cada 23 de abril empezaba a llegar al pueblo la afluencia de romeros.  No había  carretera, camino vecinal o simple trocha o veredilla sin invadir por  la avalancha de peregrinos de la fe popular.  De toda la comarca, de todos los pueblos de la provincia, de toda la costa malagueña y de la propia capital, acudían familias completas impulsadas por la fe mariana, a dar gracias a Ella por alguna merced recibida o a implorar otra. La afluencia continua en  un goteo de devotos a su Ermita a lo largo del año hasta, según cálculos fiables, unos cien mil al año que suelen dejar colgados en los muros  del santuario los más inauditos y singulares exvotos como testimonio de algún  favor concedido o de recibirlo  en otros casos.

            Nadie venía impulsado más que por su fe trasmitida de padres a hijos sin necesidad de  sugestiva y frívola  publicidad. Todo era espontaneidad, arranque voluntario en esta avalancha de romeros que en la madrugada del 23 de abril empezaba a inundar la Plaza y la Iglesia parroquial de Cártama: Trenes especiales, coches, autobuses, caballerías y un interminable rosario de gentes a pie iban llegando impulsados por su fe mariana.

            De madrugada aún  se celebraba la misa de “aurora”. A las once, un predicador de elocuente verbo, el canónigo don José Suarez Faura ofrecía el pregón a nuestra Señora la Virgen de los Remedios con el templo  abarrotado  de hombres, mujeres y niños. Millares de velas ardían en sus quemadores atestiguando la fe popular en un trozo de la andaluza tierra de María.

            Bares abarrotados; las familias de la villa le ofrecían al peregrino el poder descansar y  comer a la sombra de las parras de aquellos patios repletos de macetas con flores  que tenían casi todas las casas. Pintorescos grupos poblaban los alrededores bajo las acogedoras sombras de los árboles de la parte Sur. 

            Y, llega a las siete de la tarde la hora de la misa previa al inicio de la procesión. Templo abarrotado y la plaza a rebosar  de devotos; rezos y cera encendida. Repiques de las singulares campanas de este pueblo agromariano. Las golondrinas, aviones y vencejos espantados por las campanas y la cohetería  cruzan raudos el cielo azul abrileño. De buenas a primeras, se hace el silencio en la plaza: La Virgen empieza a salir  de la Iglesia y se inicia la procesión por el mismo y multisecular itinerario  entre una intensa luminaria de cirios y velas, bengalas de fuego morado  encendidas al paso de la Virgen en cada balcón de las casas; dos filas  interminables (una por cada acera) de gentes silenciosas de todas las clases sociales; se mecen  las tulipas de cristal del trono y tintinean las campanitas de plata del hornazo  se estremecen las campanillas del trono.

 

            Esa es  a grandes rasgos la procesión ¿quién puede describir la intimidad  devota de cada alma, el motivo por el que reza, la razón por la  que ofrece exvotos, el motivo por el que descalzas algunas personas caminan a  su lado... Y, ya a altas horas de la noche, al conjuro de la marcha real, La Virgen de los Remedios, la Virgen que un día será peregrina por tierras lejanas de allende el océano, hace su entrada en el templo parroquial. Ya sólo queda la nostalgia, y la espera a otro año, y a otro, y a otro… que esa es la rueda de la fe de un pueblo campesino que tiene olor y sabor a pueblo.             

 

            LA FERIA DE ABRIL.-  

       

            Como era costumbre casi generalizada, a la festividad religiosa de  los pueblos campesinos de España iban unidas  celebraciones agroganaderas relacionadas con los ciclos agrícolas  y fiestas  lúdicas populares. La feria de ganados de abril en Cártama data, según pragmática del Rey Felipe II, del año 1.590; esta feria fue, y es,  una de las primeras de toda la región andaluza, y siempre fue de las más importantes por la cantidad de ganado que afluían a ella y el número de transacciones (tratos) que se llevaba a cabo en su transcurso.

            El contorno ferial era indistintamente parcelas festivas o, Reales de la  feria, y, mercado de ganados próximo; en Cártama se ubicaba en un descampado a la salida del pùebo hacia el Este que  hoy, precisamente, conserva el nombre de,  “El Mercado”éste entonces situado  en  el barrio que aún se sigue llamando, “El Mercado”.

Era el mercado ferial el reino de la campechanía al tiempo que de la charlatanería pero, a la hora de cerrar la compra-venta, cada trato verbal era como un protocolo notarial, firmado a perpetuidad con un apretón de manos sellado con la  del “correor”  sobre las del comprador  vendedor a los que sentenciaba: “El trato está hecho, suyo es el mulo y, de usted vendedor el dinero y, el que cobra, paga el corretaje y el vinillo: vámonos al sombrajo del mercado...” Y, aquella ceremonia, para ser de por vida,  no necesitaba escrituras, ni firma, ni sello, ni visado pero..., ¡anatema social quien se saltara la palabra dada!. El “trato” era “bendecío” con un  buen calibre de aguardiente  seco de Ojen en el sombrajo-cantina de cañaveras del Guadalhorce instalado entre el ganado del mercado ferial en donde casi siempre algún flamenco  entonaba con buen paladar el célebre fandango de Cártama, que ya no se oye cantar:

                                              Por las trenzas de tu pelo

                                              un canario se subía;

                                              y se paraba en tu frente

                                             y  en tu boquita bebía

                                             creyendo que era una fuente”

 

 

            O aquel otro fandango que compartían Alhaurinejo y Cártama:

 

                                              Viva don Antonio Vargas,

                                              alcalde republicano,

                                              lo digo con ilusión,

                                              no he visto alcalde más bueno,

                                              ni con más buen corazón”

 

            Arribaban al  “mercado” una barahúnda de personajes del mas diverso pelaje y laya: tratantes, “correores” (payos y gitanos entremezclados: “pólvora seca”), marchantes,  arreadores de piaras, gitanos “esquilaores” y...vendedores, vendedores ambulantes a porrillo: de jáquimas, albardones y aparejos, de varas varias de adelfas, de tarajes, de sierpes de olivo, bastones de toda medida, algunos de adelfas peladas y pintadas de vistosos colores para niños y mocitos cursis; todos voceaban, todos pregonaban sus mercancías, y, de entre todos, sobresalía el pregón del chaval que en un pirulo vendía el agua que llenaba en el cercano pocillo de “Gasparillo” (el trompetilla y pregonero del alcalde): “Agua fresca, aguita fresca a goooorda la pechá” (10 ctmos de peseta) ...”

 

            Y la carrera de un mulo cogido de la jáquima por un gitano mientras otro le restallaba la puntera del látigo para espabilarlo a los ojos de presunto “compraor”; y, un mugir de toros, y un mugir de bueyes y vacas, un rumiar de cabras en sesteo haciendo sonar dulcemente sus esquilitas  y balidos de corderos… rebuznos encendidos de un garañón empalmado al olor de la florida burra al que la gitanilla dieciochena mira de reojos mientras, la madre, que ha pasado ya por todas,  le sugiere: “hija no te pares, tráeme la olla con agua del cantarillo que voy a echar los garbanzos en remojo...” “Voy má...¡con tanta bulla tú también…” Gente toda digna de la pluma de un José Carlos de Luna que así nos pintaba al campo y a los campesinos y sus usos y costumbres:

 

                                            Te ví a mercar en la feria

                                              un pañolito de taye,

                                              pa que cuando te lo tersies

                                              jagan palmas en la caye

                                             Sabe a Canela

                                             el suspirito /

                                             de una mosuela”.

 

                                                          ***

                                            ...Le lució ser peujalero;

                                            rejuntó cien peluconas

                                            y mercó unas treinta yeguas

                                            que él las yerbea y agosta,

                                            las marcea y las alambra,

                                            las manosea y las doma.

 

                                            Cuando a pan huelen las mieses

                                            y en las eras se amontonan,

                                            Frasco ajusta el pataleo

                                            y trilla con sus seis cobras

                                            --bordoneando cencerros

                                            las falsetas dormilonas

                                            de un lento cante cansino

                                            ansioso de brisa y sombra--...

 

                                            Ya se remató la trilla.

                                            ya no pican las alondras

                                            el rubio grano en reguero

                                            de gavillas reventonas...

 

                                            En relejes de barcina

                                            aletean silenciosas

                                            las zumayas agoreras,

                                            pardas de polvo y de sombra...

 

                                           Los grillos campanilleros

                                           a humilde rebato tocan...”

 

                                                          ***

                                          ¡Ay campos de mi niñez,

                                            quien os pudiera sentir

                                            bajo mis pies como alfombra!..

                                                              **

 

             Y  Fernando Villalón:

 

                                                                             El  pájaro Kuki

                                                                             de todo  se entera

                                                                              y ocultarle algo

                                                                              no vale la pena.

 

                                                                              Anoche Maruja

                                                  con un pollo pera

                                                  flirteaba un poco

                                                  después de la cena.

 

                                                  Los dos se miraban

                                                  (sus ojos se besan)

                                                 --¿En qué piensas, chica?

                                                 --En lo que tú piensas...

 

                                                 Y el pájaro Kuki

                                                                            que estaba a su vera

                                                                            contesta: --¡ Cochina!...”

 

          Y,  Pemán con su genial poema,  Feria de abril en Jerez”,  a la que no le va a la zaga en pintoresquismo y personalidad campera y popular la famosa de Cártama que trato de describir...

           En medio de esta baraúnda eran de llamar la atención los esquiladores, de los que se cuenta y no se acaba; bajo un árbol o a pleno sol no encontraban éste  bordaban sobre el lomo de cualquier rocín a golpe de tijeras signos fálicos, flores, trenzas.  Otro estaba especializado en pelar y adornar el cuerpecillo menudo de los perritos “lulú” y “pequineces” que le llevaban las  empingorotadas  damas, que haberlas habíalas.

             Garantizando el orden, una pareja de la Benemérita a caballo, era la representación de todas las virtudes cardinales. Es un decir, humanos somos todos.

            Y una pléyade de compradores de mayor y menor cuantía; éstos acompañados de sus mujeres, tesoreras estrictas de sus ahorros, es decir, las que  tenían la última palabra en qué y cómo se gastaban los cuartos que custodiaba en su faldriquera.

            Todo, y más en un ambiente rural. Los niños, acorde con la época y los medios lúdicos de aquella cultura enraizada en tradiciones seculares, gozaban de cosas tan sencillas como unas meras norias de canjilones animadas por los platillos y el bombo de Joaquín el de las Norias: “Chinchipún, chinchipún, chinchipún”...y tras una decena de volteretas:--“niños:¿queréis más?” Y la chiquillería  gritaba, “¡Siiiiiii!”, y, Joaquín, con su bombo: “chinchipún, chinchipún...” Y el tren eléctrico en la era de Ramolichi que al pasar por el tunel, el “demonio” daba con una escoba a los chavales (en este túnel, Juan Díaz “Pitana” al intentar quitar la escoba al diablo, cayó y las ruedas del tren sobre los rieles le cortó varios dedos de una mano); y el consabido organillo de manubrio que ponía dulce y melancólica música y canciones populares en el ambiente ferial; y el baile en el patio de la Hermandad de Labradores amenizado por una orquesta que deparaba piezas musicales bailables mientras llevábamos en nuestros brazos a la chavala de nuestros deseos. ¿Bailar sueltos meneando la cabeza y contorsionando el palmito en vez de llevar agarradita por la cintura bien pegadita a una buena hembra…? ¡Que coña, eso ni pensarlo!

            Y la buena música de la banda de Alozáina, la mejor entonces y más antigua de la provincia, que durante los tres días feriales, incluido el de la Patrona, inundaba los cielos de Cártama. En las casa de familias más pudiente, el Ayuntamiento asignaba uno, o dos, músicos al que debía dar comida y cama, o sea, alojamiento. De este hecho se fraguaron auténticas y perdurables  amistades.

            En definitiva, una avalancha de color hacían de aquellas ferias una exposición pictórica: banderolas, cadenetas de papeles variopintos colgados a lo largo de la calle de en medio; carreras de cintas a caballos enjaezados intentaba a galope prender la cinta bordada por la hembra preferida para que ésta se la amarrara al brazo o, más cerquita aún de su cara, se la anudara al cuello; y cucañas, y repique de campanas a la hora de la novena a la Virgen de los Remedios en cuyo honor se celebraba toda esta parafernalia festiva, y los cochecitos topes, y las casetas de tiros, y el puesto de golosinas, y, tantos y tantos motivos feriales que aglutinaban en un solo latir emotivo a un pueblo. Tantas cosas que el viento se llevó.