lunes, 27 de septiembre de 2021

 

    SURCOS Y PÁJAROS

Lento el arado tras la premiosa yunta abre surcos  paralelos en la besana abierta  sobre la tibia  tierra con tempero. Yo,  niño cortijero, seguía  los pasos del gañán amigo que llevaba  una mano en la mancera y en la otra la ahijada, modulando el abandolado   cante por temporeras de la arada:

 

La tierra con la llavia,

Ha tomao mejor tempero,

Y esto lo agradece el amo

Los gañanes y el apero.

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El Sota lleva una yunta

Con dos mulas alazanas,

Que ellas solitas s´atreven

Con toita la besana.

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¿Por qué aran las vacas

Tan despacito?

Es que el gañán les canta

Quedo, quedito...

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García Lorca, que tanto amaba el campo y lo popular, escribió con devota y extensa  profusión sobre el folklore  campero, que siempre   releía y releo con embeleso de niño nacido entre bracero, gañanes y boyeros en aquella mi cuna del Cortijo bendito y ancestral de la Alhóndiga, agareno e impregnado de Historia, que los políticos de ahora dejan caer, como dejaron caer la ermita de Casapalma, Almotaje (nada menos: Si Rodriguez Berlanga viviera), la popular feria de septiembre en Cártama pueblo de tanto significado intrahistórico; y no saben ni quien eran los Altamiranos, López Alarcón y, mas cercano, el famoso

 y genial cartameño honra y prez de su pueblo, José González Marín, y este pueblo lamentablemente radicalizado en amplios sectores, sin embargo  traga mentiras y  sigue sumiso y apamplados los designios de unos políticos mamandúrricos e indigentes deontológicos.  Es una pena lo que se hace con un pueblo cargado de enjundioso devenir histórico que hasta el Santuario que se llamó en tiempos    “Santuario de la Hispanidad”, está registralmente municipalizado, no siendo óbice a ello,  el haber sido en 1.485 regalo de los Reyes Católicos al pueblo devoto cartameño, y así lo estuvo durante siglos y siglos.

Pero  ya han sido capaces en sus aberrantes designios, no sólo de lo dicho antes, sino de convertir a la Santísima Virgen de los Remedios, nuestra Patrona multisecular, en mera “okupa” de su propia Ermita y, a ELLA, nombrada “alcaldesa perpetua”,  rebajándola ciertamente  a la estirpe  de los inanes  políticos; y el pueblo, tan devotitos callamos a todo y les votamos, en vez de “botarlos”. 

 

Volviendo a lo que estábamos:

  

¿Sabe el paciente gañán que es instrumento de la Gracia del Creador...? En su cantar lo de menos son  las letras, siempre simples y elementales; lo importante es el sonsonete lento y acariciante  que sosiega el  alma de los bueyes en su duro trajín.

 

Pero al niño alhondiguero  lo que le despertaba amor y curiosidad  era la miríada de pajarillos que cubrían revoloteando a ras de tierra en toda la longitud  de la besana  el surco que iba abriendo el arado,   rebuscando los pajarillos  en la tierra volteada  los insectos que son su pitanza:  orovivos, aluas, lombrices, hormigas cocineras y cabezonas, grillos, y un sin fin de  bestezuelas que la vertedera del arado “chirivito” iba expulsando  de  sus habitáculos  subterráneos.

 

Yo, zagalillo con no más de cinco años, sabía ya el nombre de todas aquellas creaturas aladas: Pipitas, tontitos, chamarines, trigueros, cogujadas, alondras,  mosquitos y, sobre todo,  llamaba mi atención los reineros blancos, tamaño gaviotas, que iban y venían por la besana cazando insectos sobre el lomo de los bueyes yunteros.

 

Una vez,  el morero  me trajo del pueblo  una “costilla”-trampa  de alambre acerada con muelles letales para cazar pajarillos; como señuelo, se le ponía a la “costilla” en un mecanismo ad hoc,  un gusanillo,  después se embozaba un tanto en la movida y blanda tierra del surco. Cuando el pajarillo “picaba” el  señuelo, la costilla saltaba inexorablemente mortal,  aprisionando  el cuello de la avecilla que moría ahorcada.   Un día vi la agonía de una grácil  “pipita” que, había “picado  y, tenía su  cuello gris casi partido; lloré amargamente con sentires de niño que ya a edad  supe lo que duele matar. Ya,  jamás volví a poner trampas y, ante el espectáculo de los paisajes edénicos que me rodeaban, remedé versos de un soneto de Unamuno:

 

Pensé arrancarme el corazón

 Y echarlo al surco abierto

A ver si con partirlo y sembrarlo

La primavera le  mostraba al mundo

El árbol puro del amor eterno…