No hace mucho, en el Diario La Opinión, reseñaba
la más que discutible gestión que del Hospital
de la Comarca
del Guadalhorce hace la
Junta de Andalucía y, al parecer, el equipo de gobierno y la desvaída oposición que comanda Leonor García Juli, unos por activa y otros por pasiva, del Ayuntamiento de Cártama.
No obsta ello, para que hoy contrapongamos a tan desafortunadas gestiones, los dones naturales, culturales e históricos de esta demarcación, los más enjundiosos, quizás, de nuestra provincia, que comprende los términos municipales de Álora, Coín, los Alhaurines (Grande y Chico), Pizarra y Cártama, con el río Guadalhorce cruzando sus vegas, cuyas aguas y légamos periódicos, cual otro “don” del Nilo, las riegan y amantillan.
Otrora, amén de ser un esplendente bastión agrícola con ganadería asociada, tenía un armónico y complementario tejido industrial derivado de sus productos: Ganaderos (los embutidos cartameños fueron y son célebres); cañaveras del país que brotan en sus inmensos sotos y eran transformadas artesanalmente en cañizos, zarzos, cabos para escobas y soportes para plantas hortenses; producción de cítricos que eran, y son aún, exportados al interior de
Esta vega fue antaño la despensa de Málaga: En primavera y verano cada atardecer los labriegos ponían al borde de los caminos los pañiles de frutos de la tierra “con las caras hechas” para su venta, que los cosarios iban recogiendo en carros o camionetas y, de madrugada, llevaban a alguna cuartelada del Mercado de Mayoristas en Málaga en donde se subastaban a minoristas. La vida bullía en todo tiempo por estos campos desde el alborear hasta el crepúsculo: Los moreros acompasaban con abandolados cantes de trilla el lento y cansino trote de las colleras en las eras; era frecuente oír el mugir de las vacas y el bramar de los bueyes en los manchones; desde lontananza llegaba el eco de los platillos de carretas de barcina por los caminos, a cuyo son el carretero lanzaba al aire un cante por temporeras; regularmente, los pitidos de los trenes marcaban la hora de los rengues y revezos en los tajos; desde los sotos el zureo de las tórtolas “angorando” su postura, ponía una peculiar nota a la sinfonía horaciana; las noches estrelladas sobre el cri cri de los grillos entre las yerba punta y el croar de las ranas en las almatriches, desde las cortijadas del contorno llegaba un insidioso ladrar de perros ¿qué se decían los perros con esta con esta parla alternativa...? Probablemente como el Colmillo Blando de Jack London se trate de una comunicación con sus remotísimos ancestros; quién sabe.
Pero amén de lo expuesto, esta zona debe recuperar
y poner en valor su impresionante acervo cultural: historia envidiable que
hinca sus raíces en la bruma de los tiempos; bellísimas tradiciones; emotivas leyendas;
singular folklore popular autóctono que
han quedado eternizado en los pentagramas
de folkloristas como Manuel García Matos y filólogos cual Menéndez Pidal; y, como pilar fundamental de su activo
cultural, egregios personajes cuyas famas
sobrepasaron los lindes locales para incardinarse los nacionales e
incluso internacionales no tenemos espacio hoy para ponderar.
Ya sabemos que los tiempos cambian y no vuelven cuales fueron, pero sería de irresponsables olvidar aquellos en que tenemos hincadas nuestra raíces y son una prolongación de nuestras propias vidas. Por otro lado, en principios y valores humanos no hemos mejorado los de aquellas generaciones sino, todo lo contrario, y, lo que fue una zona de exuberante riqueza, es hoy campo desolado y cuasi erial.
Resulta de
todo ello es que todos los trabajadores en cualquiera de los sectores de la
economía han buscado trabajo en la costa, en donde aún, incluso con la
depresión de la construcción, el sector turístico y sus correlatos ofrecen ciertas posibilidades
de colocación.
De esta
manera, nuestros pueblos, salvo excepciones,
se empobrecen cada día más, pues la enorme plusvalía que deja el trabajo
queda concentrada en la zona en donde se da éste; las compras se realizan
generalmente en las zonas del trabajo en
donde el gran capital al socaire de ese
mercado ha establecido instalaciones y métodos de marketing muy potentes, que a
veces, ni siquiera va en beneficio de estas zonas, porque se trata de empresas
de capitales foráneos. Todo ello no hace sino convertir nuestras villas y nuestros campos en parcelas
ad hoc en meros dormitorios que, además,
se convierte en lo comercial y económico en una pescadilla que se muerde la
cola: No se compra (creando riqueza) en los pueblos porque no existen buenas estructuras comerciales, y estas no se
desarrolla porque “la gente se va a
Málaga a comprar”. Es cierto que los tiempos cambian y exigen nuevas formas de vida, pero ello no quiere decir que renunciemos a nuestras raíces ni adoptemos, por prurito y moda, métodos de vida peores que los sustituidos.