Se dan en la historia de la humanidad multitud de
ejemplos cuya, elocuencia simbólica, nos
invita a reflexionar, desechando, eso sí, partidismos preconcebidos e irresponsabilidad
intelectual, sobre cual es, en realidad
de verdad, el sistema político más adecuado
para el buen gobierno de los pueblos. Ya digo, hay
multitud de hitos metafóricos al respecto pero, como una muestra por miles, he
elegido un pasaje evangélico: El Juicio a Jesús por Herodes y Pilatos y, ello, por la relación
legendaria que el último, y su esposa, Claudia Prócula (única defensora de Jesús en el Juicio deicida),
tuvieron con la Cartima
romana (Refcia. mi libro: “Cártama
histórica. El juglar y la
Virgen Peregrina , Edc. San Pancracio)). Y, también, porque el acto final del Juicio más transcendente de la humanidad, fue ante
una multitud
humana, “el pueblo”, que “hizo
justicia” con un definitivo veredicto sobre el Justo: Muerte de
cruz.
Pilatos, “habiéndose
cerciorado que era de la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes que
estaba también en Jerusalén por aquellos días...” “Herodes, juntamente con su guardia personal, lo despreció, y burlándose
de él, le puso un manto muy vistosos y se lo devolvió a Pilatos... antes
enemistados ambos (Herodes y Pilatos),
se hicieron amigos”(Mt)
Pilatos convocó a los jefes de los sacerdotes, a los
hombres de relieve y al pueblo,
con un claro empeño “asambleario”, cual se dice hoy. También había un preso
famoso llamado Barrabás, “que era ladrón...
encarcelado junto con los sublevados que habían cometido un homicidio en la sublevación. Y subiendo la muchedumbre,
empezaron a pedir se les concediera lo de siempre (Mt) Pilatos le preguntó al pueblo allí presente: “Tenéis por costumbre que os de libertad a
uno con ocasión de la Pascua
(Jn). ¿A quien queréis que ponga en
libertad, a Barrabás o a Jesús el llamado Cristo? (Jn)? Entonces recibió un
mensajero con una nota de su esposa, Claudia Prócula (natural de Cartima): “No te metas con ese justo, porque he
sufrido mucho hoy en sueños por su causa (juicio)” (Mt)
“Los jefes...
persuadieron a las turbas para que pidiesen
Barrabás e hiciesen perecer a Jesús” (Mt) El pueblo gritó enfervorecido siguiendo
el dictamen de sus jefes: “¡A Barrabás, a Barrabás, a Barrabás...!” Pilatos, una vez más dijo que en el
interrogatorio no había encontrado a Jesús culpable de delito alguno. La
chusma: “¡Suelta a Barrabás...”, que era un asesino. De nuevo Pilatos proclamó
la inocencia de Jesús y, a renglón seguido, preguntó de nuevo a la plebe: “Qué hacemos pues de Jesús...” y, así,
hasta una tercera vez, pero la masa, gritaba: “Crucifícalo, crucifícalo, crucifícalo...”.
Hace dos mil años que Jesús fue crucificado en el
Calvario: dos mil años que la humanidad recibió su mensaje de amor, tolerancia
y justicia. Tras Él vinieron infinidad
de sistemas políticos, unos llamados democracias (orgánicas o populares),
dictaduras de autócratas y del proletariado, y, una a una, han ido cayendo,
sencillamente porque no tuvieron en cuenta el precepto indispensable: El
Amor y la Verdad
que son Justicia.
Hoy España, y otras naciones, se debaten en una grave crisis. El mundo
dejará de soportar cíclicas crisis cuando los hombres dejen de ser una masa informe
echada en manos de los alarifes de la política, y rescate como resorte de
convivencia un sentido poético de la
vida; una postura más respetuosa y coherente con lo espiritual, con la
naturaleza, con la gratuidad de la existencia, con la esperanza en Dios, única
certeza de permanencia cósmica del ser
humano.