Sorprendéntemente, la fiesta nacional se entrecruzaba en aquella
época con la guerra y la política: La
fiesta brava fue siempre un espectáculo de masas que, obviamente, es el ambiente natural en el que se desenvuelven los políticos de todas las épocas.
Por otra parte, mueve enormes cantidades de dinero,
circunstancia muy socorrida en épocas de guerras que, según un célebre estadista, se ganan con tres armas: dinero, dinero y dinero. Así, pues,
tanto en un bando como en el otro, con algunas diferencias meramente formales,
proliferaron los festivales y corridas benéficas auspiciadas por el estamento oficial, que tenía en ello
una nada baladí manera de allegar fondos
para la economía de guerra.
Igualmente,
en ambos bandos el sector del toro se dividió: Unos a favor de los alzados y,
otros, del gobierno republicano. De ahí
que el chorreo de taurinos que se
pasaban de un lado a otro (mucho más del republicano al nacional) era
constante.
Siempre lo
tenían más fácil las primeras figuras;
al, incomprensiblemente, concederle
el gobierno republicano licencia para actuar en el sur de Francia (sobre todo en Nimes), desde aquí,
como iremos viendo, se pasaban al lado nacionalista.
Sea como
sea, lo cierto es que existió un calendario paralelo en los dos dramas, casi atávicos
y sangrientos, guerra y arena del redondel, que tuvo lugar intensamente en 1.936 hasta el
final de la guerra sobre la piel de toro hispana. Los españoles se seguían
matando unos a otros, amen de a la fiera exponiendo la propia viada, en los campos de batalla y en los paredones y cunetas de la
retaguardia.
Cártama,
desde donde escribo, era una siniestra metáfora de lo nacional, que dejaba en
las retinas y en el alma de “los niños
de la guerra” una huella indeleble. El luto se iba
instalando en las vestimentas y en el espíritu
del pueblo; en los hogares, a escondidas, la gente rezaba a la recordada imagen de la Patrona , que creían
quemada al haber ardido una copia de
Ella hecha ad hoc por el raptor que, para salvarla, se la llevó a peregrinar por todas las ciudades y pueblos de las hermanas
repúblicas de Iberoamérica,
en olor de poesía, oraciones y
rogativas en los conventos de cada ciudad, en cuyas capillas era depositada y expuesta a la devoción
popular que le pedían por la Madre Patria , encendida en piras
de odio y metralla cainita.
A lo
largo de la historia, insisto, los toros
han tenido, tanto para el pueblo culto
como para el llano, o vulgo, plurales interconexiones,
como dan fe la propia nomenclatura: lidia, lid (combate, lucha, guerra), lo cual ha quedado
recogido por los poetas a lo largo de
siglos. Un ejemplo por miles de ello: Adriano del Valle, describe este concepto en un romance (dedicado a José González Marín
que lo recitó por todo el mundo de habla hispana) , sobre la muerte de
Manolete:
...Hoy la muerte te desplaza;
pero emplaza el hecho cierto
de tu recuerdo despierto
que mantendrás en la lid
para ganar, como el Cid,
batallas después de muerto...
Y, el propio
Cid, alanceaba toros en las justas (peleas, lides) de moros y cristianos
ante el pueblo, apasionado por la “lidia”
entre caballeros (guerreros).
Así, pues, tanto
en la guerra propiamente dicha, como en la lidia con toros, la muerte está
siempre al acecho pronta a dar su guadañazo. Por simples sospechas ideológicas, en el
sector taurino se llevaron a cabo innumerables “paseos” a ganaderos, diestros y otros profesionales
del toro en ambos bandos. Con García Lorca, sin ir más lejos, fueron asesinados
un banderillero y alguna otra persona relacionada con el toro.
A veces, la
poesía hace paralelos religión y toros,
como es el caso del poeta granadino,
Manuel Benítez Carrasco, con cuya amistad, cuando vivía, me honró, quien
en la entradilla de uno de sus poemas (Villancico taurino), dice lo siguiente:
“Poema dedicado al mejor de los
toreros de todos los tiempos, en el día de su nacimiento.
Simbolismo y fantasía. Tres torerillos, como tres imaginarios reyes magos, ofrecen a ese torero –hoy
niño—lo mejor que tienen, a fin de que mañana
–ya hombre—pueda realizar su Gran Faena”
En
Belén nace un torero
Que
se llamara Jesús.
Tendrá
por capa y muleta
Palabras
y obras de luz,
Por
banderillas tres clavos
Y
por estoque, una cruz...
***
Quién
habría de decir
Que
el toreo empezaría
En
el ruedo de serrín
De
aquella carpintería...
Y
la Virgen no
sabía,
Mejor
que no lo supiera,
Que
su Hijo moriría
En
ruedo de madera...