EL ZAHORÍ MUNICIPAL
El estar ya a
las puertas del siglo XXI, y en pleno imperio de las ciencias y la tecnología,
no fue óbice, ni cortapisa mental, para
que el alcalde y adláteres técnicos de una población como Cártama, de más de
20.000 almas, ubicada a 15 minutos de la cosmopolita Málaga, a la hora de
efectuar una búsqueda subterránea de agua en los aledaños del casco urbano,
para paliar la sed que la pertinaz sequía estaba produciendo en sus
parroquianos, en vez de contratar los servicios de profesionales del ramo,
echaron mano de El Andarrío, zahorí de los andurriales locales porque éste,
según el alcalde, le ofrecía más confianza al ser un hombre “del pueblo”. Dicho
y hecho, pues menudo era (y es), ---el
tozudo y fundamentalista en la exclusión de lo que no sea afín al PSOE alcalde---
a la hora de tomar decisiones.
Aquella mañana,
arribó al pueblo el mismísimo Presidente de la Diputación, con el Delegado de
Vías y Obras Hidrográficas de la Junta quienes, previa llamada a rebato a la
prensa, y flanqueadas del alcalde y el zahorí las extramunicipales autoridades --tal
manda el protocolo, pues la cosa era muy
seria-- encabezaron una nutrida comitiva, en la que se encontraban también los
cariacontecidos técnicos municipales de la cosa que no veían muy claras,
concejales de todas las formaciones codeándose para estar más cerca de las
“teles”, sin excluir a los de la oposición y, prietas las filas, algunos
cantando “Montañas/nevadas…” y, “Soy
capitán/de un barco inglés…”, todos en unión comenzaron a gatear por
cerros, collados y altozanos de la parte Sur de las afueras próximas, sorteando
majanos, saboreando las uvas palmas con que se topaban en las tocheras…, allá
gateaban en busca del sitio donde, según aseguraba impávido el ínclito zahorí
captarían el agua subterránea.
La serreña de la Casilla del Cura gritó a una
comadre que vio entre la comitiva:
-
¡Manuelaaaa!
¡¿Quiénes son esa genteee?!
La aludida contestó a todo pulmón:
-
¡Catalinaaaa, es
la trupe del Ayuntamiento y señoritos que se han descolgao hasta aquí desde
Málagaaa! ¡Buscan agua pal pueblo y después vamos toos al Lagar Sanroso pa que
Pepe Leche nos haga unas migas de panceta, que las arregla mu bien!
-
-
¡Yaaaa! ¡Hay
gente pa tóooo! -vociferó la
serreña.
-
-
¡Y que lo
digaaaa, si lo sabré yoooo! -se despidió
Manuela.
El Andarrío
entró en faena: llevando su varita de sierpes de olivo con una punta en cada
mano, sujetadas a sus caderas y, la curva que tomaba la varita tal la del
Camborio lorquiano, mirando hacia abajo, pateaba en espiral el terreno que, a
previo golpe de vista avezado, creía más idóneo para hallar una corriente de
agua subterránea que cálculo matemático prospectivo alguno. Se jugaba ni más ni
menos que 400.000 pesetas, si daba con el H2O (léase, ¡Agua!).
El viejo zorro,
Pepe Escalona -que antes había sido alcalde y por aquellos entonces era
concejal de la oposición- había acudido al calor de las fotos y las secuencias
televisivas con tan altos dignatarios pero,
oliéndose el muy zorro el impresionante ridículo en que podía desembocar
aquel jolgorio tras el zahorí, obró en consecuencia: se agazapó tras una retama
y, en cuanto vio la ocasión, se las najó pecho abajo más de bulla que se persigna un cura loco (esta
frase no encierra segundas).
En un
transcendental momento, El Andarrío se paró en seco, miró de soslayo
circunspecto y la vara se le empezó a empinar, la gente atónita seguía con la
mirada el paulatino ascender de la vardasca que seguía izándose hasta que le
llegó al zahorí a la altura de la nuez. Fue entonces cuando el zahorí tiró el
cacho de sierpe de olivo y, cogiendo una enorme tosca, la levantó hasta la
altura de la cabeza y, triunfal, la dejó caer a tierra, gritando mientras
señalaba con el dedo:
-
¡¡¡Aquí está el
agua...!!!
La pared del
Tajo de
-
¡Aquí está el agua,
aquí está el agua, aquí está el aguaaaaa...!
El Presidente de
la Diputación, enardecido, abrazó al alcalde, al zahorí, al Delegado de
La
Mariminga tiene un gabán
que en cá bolsillo le cabe un pan…
Un mes después,
en el lugar donde puso la piedra el zahorí
municipal, comenzaron a taladrar las máquinas, pero de agua, ni para
abrevar un jilguero. A la desesperada, las máquinas taladraron también en una
de las calles del casco urbano y, ni para abrevar a la burra del lechero, amén
de secar con el taladro varias fuentes del pueblo. Y España entera supo por la
prensa de esta singular odisea política que costó nueve millones de pelas a las arcas del municipio.
El zahorí, que
ciertamente acertaba casi siempre, señalando agua en otros sitios del pueblo y
fuera de él, dejó como recuerdo su vara de olivo, a la que por orden superior
se le dedicó un anaquel en la Casa Consistorial con un rotulito que reza:
“Varita de olivo del “Camborio”
hidrológico municipal…”