Vaya por delante que no milito en Ciudadanos ni en ningún
otro partido; soy un hombre integral que, como diría Unamuno, ni me parto ni me
divido. Soy libre de toda atadura ideológica de las que hoy sólo queda el
nombre. Y voy a lo que voy.
Un programa electoral es el
protocolo escrito de obligado
cumplimiento en una o dos legislaturas (según la estirpe de las
propuestas), que los partidos
políticos
suscriben con sus electores. Su condición esencial es que se
hace por escrito, o sea, sin las trampas que ofrece la palabrería irresponsable, que tanto abunda
en muchos partidos en la actualidad, que
el viento se lleva y, “si te vi, no me
acuerdo”. “¡Res nom verba!”,
reclamaba Cicerón a Catilina en sus célebres catilinarias (aunque con la
cita corremos el riesgo en la cultura
imperante de que ambos sustantivos se
tomen por los apelativos de sendos futbolistas del Rayo Vallecano).
El programa electoral es, pues, la base de la democracia en su más pragmático
sentido. Con el programa bien difundido a todos los ciudadanos, tendrían éstos
suficientes elementos para juzgar la ralea ideológica, o ejecutiva, de cada
partido en liza electoral. En virtud de mecanismo tan simple y barato, se
evitaría los insultos a la inteligencia que supone las enchorizadas ristras
fotogénicas en pancartas y papeluchos ad hoc, que cuestan un huevo al pueblo, y que ensucian
nuestras carreteras y calles quitándole al pueblo su auténtico sabor como tal. Da risa
ver las farolas que en la carretera van de Cártama a la Estación. Las “afotos” de los
políticos hieren la vista y la estética
urbana, y, encima, piden el voto a los estéticamente damnificados.
En campaña electoral debiera
existir, más que en nada, una ajustada equidad de elementos propagandísticos,
porque no pocas veces algunos ganan elecciones con operaciones de marketing y
publicidad cara y bien orquestadas, aunque, los postulantes a cargos, tengan
menos luces que un candil de barro. En definitiva, un pueblo que se precie de
serlo, antes de votar a un partido debe
analizar la enjundia y veracidad o posibilidad de sus ofertas de gestión, y no
dejarse llevar por el alarde fotogénico que estamos viendo estos días, que más
parece un certamen de artistas con caritas maquilladas para dar el pastel. Los
habladores son unos tiranos de tertulias radiotelevisivas y de corralas de
pueblo; ciertamente el hablar es un bien humano comparado con los brutos, pero si detrás
hay un noble discurrir, que no es el caso en muchos políticos vocingleros de la España actual.
Los que quieren siempre ser oídos
y no escuchar a nadie, usurpan a los demás el uso de una prerrogativa propia de su ser. Y
lo más grave, es que quienes usurpan este derecho, son los que están para servir
y no para ser servidos. Por ello, no hay tiempo peor empleado que el que se
dedica a contemplar las pancartas de los políticos o a escuchar sus flujos
verbales reiterando promesas que antes no cumplieron. ¿Qué beneficio puede
obtener, salvo el de la paciencia, el que
escucha a un desatinado? He aquí la favorable sorpresa que me ha ofrecido el
acto de Ciudadanos de que hablaba ayer.
Dicho lo que antecede, quiero referirme nuevamente al programa de
Ciudadanos. Es un alarde de sentido
común y total carencia de demagogia irresponsable, porque:
1º.- No hace sino recoger
necesidades patentes de nuestro pueblo, que otros partidos ya prometieron como
factibles y jamás cumplieron, o lo cumplen mal. Ejemplos, el tan traído y
llevado Dispensario Médico; los aparcamientos en el Santo Cristo que los
vendieron en otros comicios como cosa cierta y luego fue otro embuste y, lo peor, es que con una actuación de última
hora se van a quitar gran parte de los poquillos que allí existen, lo cual
perjudica a la tradición de nuestra fiesta de la Virgen de los Remedios, una
de las pocas referencias señeras que nos
quedan, pues hasta de la figura de González Marín han exiliado su memoria a
otros pueblos que lo tuvieron como hijo adoptivo; el tan anhelado Museo
Histórico Arqueológico que se está publicitando como una obra faraónica y, en
su capacidad relativa es un cuchitril cutre y dificultoso para acceder a sus
tres camaritas; el parque agroalimentario; la fábrica de extrusión de Aluminio con propuesta
de creación de 200 puestos de trabajo, y, el Ayuntamiento de turno, prefirió
dedicar los terrenos ya apalabrados por los industriales, para un “pelotazo”
urbanístico; la creación de una nueva Cooperativa de Cítricos como plataforma
de comercialización de nuestros frutos, hoy depreciados por razones obvias.
Etc.Etc.
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2º.- El Parque industrial
saturado en su pequeño espacio, lo que obliga a que industriales de Cártama se ubiquen en Álora y otros pueblos.
3º.- El Chare u Hospital Comarcal,
que es el fraude electoral más lacerante que se le puede hacer a un pueblo y a
una comarca.
4º.- Oscurantismo capitalizado y
embozado en tecnicismos en las cuentas municipales.
5º.-Caciquismo a lo Romero
Robledo (“El pollo de Antequera”)
con las ferias de abril y septiembre ¿Quiénes son unos concejales para
imponerles a un pueblo el cambiar una tradición consuetudinaria por una
ocurrencia no meditada?.
6º.- Caciquil forma, que ni en
tiempos de Franco, de gestionar las fiestas sin una Junta de Festejo que
represente al pueblo.