martes, 12 de mayo de 2020

CÁRTAMA MADRASTA DE GENIOS

Francisco Baquero Luque: EL ALCALDE DEL GRIFO.
Pedro Morales Muñoz,  no paró hasta conseguir ser recibido por el entonces Príncipe de España, Don Juan Carlos de Borbón,  a lo que le ayudó el Diputado en Cortes de Álora, Don José Fernandez López de Uralde (también alcalde de Alora) quie se ve en la foto  con el alcalde  de Cártama, ante don Juan Carlos. Éste, cuando vio un acta notarial  de especiales y singulares connotaciones, que este cronista encargó hacer al Notario del partido  Judicial, tomó en sus manos el asunto y, antes que después, el pueblo de José González  Marín, embajador brillante de la poesía española e iberoamericana por tres continentes  (en posesión de la  Gran Cruz de Isabel la Católica cedida por la II República),  país a país, ciudad a ciudad y, pueblo a pueblo, se libró de las endemias de tifus, y las mujeres no tuvieron nunca más  que llevar el agua a las casas  desde los escasos pilares del pueblo cargadas con cántaros arroberos de barro al cuadril, al tiempo que en la otra mano, llevaban un cubo lleno de agua. ESTE CURIOSO HECHO INTRAHISTÓRICO  MERECE, AL MENOS,  UN PAR DE RELATOS MÁS.

PERO HOY LO DEJAMOS PARA DEDICAR EL ESPACIO AL RELATO SIGUIENTE: 

                                
El año 1.951, contando  yo 20 años,  tuve la enorme  suerte de acompañar durante diez díaz desde la salida del sol hasta el medio día, por los campos, realengas y caminos de herraduras del municipio cartamatino al insigne novelista, poeta y miembro de la Real Academia  de la Lengua Española, don Salvador González Anaya, que también fue alcalde  de Málaga en dos  ocasiones, lo cual no era óbice para que fuera  un ser humano entrañable y sencillo en su trato; como todos los grandes hombres.

Él montaba una pastueña burra  y yo  un mulo resabiado que le pegaba una coz en los mechinales (ya me entienden) a un mosquito que pasara por su trasera;  ambas bestias cedidas  por mi padre de su labor al efecto. Confieso que fueron diez días pródigos en vivencias y anécdotas inolvidables; era un espectáculo ver y oir a  don Salvador platicar con los braceros en los tajos y con que nerviosa curiosidad echaba mano de su libreta azul  de hule para ir apuntando las cosas inusitadas para él que de sus vidas, usos y costumbres le contaban aquellos campesinos, a veces acompañadas de las bromas más peregrinas al dar don Salvador, complacido, pie a ello con su espontánea familiaridad. En algunos artículos anteriores en los periódicos Dazcúan  y el Aguijón he escrito  de estas bromas cuya iteración dejo para otro momento.

 Don Salvador González Anaya,   digo, era oriundo de Cártama  (cartameño se consideraba él aunque con cierto dolor, después diré por qué y ¡con cuanta razón!) porque cartameña era su madre nacida en el cortijo de Anaya frente al de Las  Tres Leguas.

                Don Salvador   -- amén de novelista costumbrista, fue poeta de sólido estro (“Medallones”) --  vino a Cártama a recabar motivos dignos de novelar  para escribir, tardíamente, una novela que sobre su   pueblo de nacencia   le prometió a su madre antes de ella morir.  Cuando esta novela  vio la luz, lo hizo con el título de, “El llavero de Anica la Pimienta”, por cierto, no la más lograda del insigne escritor quien,  en su pueblo, es hoy ignorado como tantas otras personalidades  y cosas nobles de nuestra historia. Sí, este pueblo al que tanto amamos, es también el lugar en donde se rinde culto a lo vulgar y salitroso y se minimiza, nadea y a veces  vitupera, lo noble.

Al hilo de lo dicho, y entre muchos otros ejemplos lamentables, tenemos el caso de nuestro personaje  ilustre y preclaro que tanto y tanto hizo por Cártama en vida (y muerto, como el Cid),  pues invocando su memoria en las altas esferas, el alcalde Pedro Morales (su yerno) consiguió para toda la vida hacer la traída y dotar al pueblo de agua corriente en las casas, enorme depósitos para reserva el alcantarillado y una  Depurador, Ni que decir tiene:Se le conoce como  el mejor alcalde que ha tenido Cártama; el alcalde del “grifo”, como le gustaba que le dijeran. Dicho queda en justicia.

Semejante trabajo hizo en Estación de Cártama. Libró al dotarla de agua del padecimiento todos los años de epidemia de tifus exantemático que mataba a no pocas personas. Por recordar que no quede.