jueves, 27 de diciembre de 2012

ALEGORÍA GRÁFICA Y SUGERIDORA DE UN GENIAL DIBUJANTE

Mi buen amigo, Rafael Inglada, gran dibujante de la realidad poética, poeta él mismo, crítico de arte,  escritor, biógrafo de  Picasso y Gerente artístico  de su Museo en Málaga durante unos años, enamorado de Cártama , de su historia y de sus personajes, en especial  del arte de González Marín, etc, tuvo la deferencia  de cederme, dedicado,  este expresivo dibujo, metáfora  fidedigna  de uno de los repetidos hitos del peregrinar de la Virgen de Los Remedios por América, para que lo incluyera (como hice) en mi libro, "El Juglar y la Virgen Peregrina". Evoca la presentación de la Virgen   desde el escenario, por el propio Pepe González Marín, en cada capital de las repúblicas iberoamericanas  que visitaban. 

Como anécdota que solían ocurrir en estos singulares actos, recuerdo la que años después me contó, entre otras igualmente sabrosas y emotivas, Antonio López Plana, "Antoñico" (Ayudante escénico de Pepe González Marín durante este periplo) que ocurrió el día del debut en Lima a finales de agosto de 1.936: Al terminar el primer acto, de entre el público surge una voz  potente y acordada cantado con tonos flamencos que estremecieron al público letras de este tenor: 

"Junto al canapé del camino
que lleva en Cártama a tu Ermita
¡Ay Virgen de los Remedios!
allí te recé yo una tarde
y me aliviaste las penas...

Deja mi caballo correr
que va derecho a la Ermita,
deja mi caballo correr,
vamos a llevarle dos velas 
a ¡esa Virgen, (que está ahí) tan bonita!..."

--Paco, se me subieron ...a la garganta, y, llorando, ¿te imaginas la escena allá al otro lado del charco y las circunstancias...?, bajé al patio de butacas, mientras Pepe González Marín me decía desde el escenario: "Antoñico, quien sea tráelo acá conmigo". Eran Pepe Pinto y su esposa , Pastora Pavón ,"La Niña de los Peines" , que tenían noche en blanco en otro teatro y fueron a ver a  González Marín. El segundo acto empezó tres cuartos de hora después del zipizape que se formó en la sala y en el escenario...

Si Antoñico, como me decía, lloró de emoción aquella noche en Lima, no menos hizo al rememorar conmigo la escena y, con él, lloré yo lágrimas que al escribir vuelven a los ojos míos,  aquella tarde de pláticas mientras arreglaba el averiado motor del molino de aceitunas  de mi padre...