A mi amiguita Ana Vera,
bonita como la madre que la ha
parido.
Cuando ella sepa leer, seguro que yo no estaré,
salvo milagro, por estos andurriales
Entre
noviembre y mi espíritu siempre ha existido una
empatía con cierto fondo de
tristeza. Es el mes en el que más nos pellizca el alma la ausencia sin retorno de los seres
queridos que se nos fueron.
Hogaño,
noviembre ya ha traspuesto con su estela plomiza por los celestes caminos de
Sagitario; la Tierra
lo ha despedido con arpegios líricos ofrecidos
con su lira por Santa Cecilia,
patrona de la música. Hermoso, según me
dicen (81 años y las dolamas priva a uno de goces que le eran habituales), ha
sido el concierto que al respecto ha ofrecido la escuela de música de nuestro
pueblo, una de las muestras culturales que deben prevalecer. Sin música para el
espíritu, como sin pan para el cuerpo,
no se puede vivir.
Ya en el
recuerdo, noviembre convoca a las yuntas
en las besanas para ir enterrando en los surcos honrada y lentamente abiertos
por el arado en la madre tierra, cuyas amelgas
el sembrador recorre acompasando el paso al boleo de su brazo, cuya
mano, va esparciendo en dosis exactas las semillas que va extrayendo de su
enorme talego de saco amarrado por las puntas
y colgado del hombro; semillas que son promesas de teleras de pan cocido
con unción de rito en las antaño
olorosas tahonas del pueblo.
Este
noviembre ha sido, como debe ser, para más bien que mal, sumamente lluvioso.
Bendita agua que si ciertamente ha echado a padre río fuera de madre invadiendo
los regadíos con sus limosas y pestilentes aguas embravecidas, es garantía de
un verano sin sequía y de limo fertilizante para pegujales. Ya pasó y, bajo los
limones cuya copa las deja meteorizarse,
van apareciendo los jaramagos; en los
lindazos y tierras sin labranza se enseñorea el paloduz de hojitas casi
redondas y, bajo tierra, sus raíces que los niños con nuestras navajillas
pelábamos para chupar su jugo, que es zarzaparrilla natural, convertido por la industria en esos palitos negros para chupar llamados zara. Al, alimón con ellos van
apuntando una miríada de hierbecilla (yerbas ignoradas) de regadíos.
Junto al
camino de la Ermita ,
empiezan a renacer los zapatitos del Niño Dios (o candilitos), prodigio de
finura “con que Dios pisa la tierra”.
En los montes, tomillos y romeros se ponen florecíos, que se acerca
navidad y sobre ellos La Virgen María ,
según cantares de pascuas, tenderá los pañales del Niño Jesús. Las
esparragueras ahíjan sin freno sabrosos espárragos que serán tortillas en las mesas de los pobres; los hinojos ofrecen sus olorosos canutos con los que, una
vez “partías” entre dos piedras, se aliñan en sus orzas acompañados de cabezas de ajos,
las primeras aceitunas. Y los pastos serranos
ofrecen careos a piaras y piaras de cabras y ovejas. Una orgía pánica de belleza y vida.
Ya han
llegado las moñudas avefrías que revoletean en bandadas sobre sementeras y
tierras húmedas plagadas de margaritas buscando las lombrices; los tordos y
zorzales herbajean en los habares y
degluten aceitunas en los olivos en los que por las noches tienen su “queá”. En los arroyuelos, bajo los
berros, zascandilea la agachadiza de patas y pico largos, cola redonda, que cuando se le acerca alguien coge el vuelo
a una zizagueante y endiablada velocidad que pone a prueba la puntería de
cazadores.
En la
puerta de Madueño, calle de en medio, en
una olla con el culo boqueteado sobre la rústica hornilla de carbón, Eloy asa castañas que vende en cartuchos de
papel estraza hábilmente hechos por él
sobre la marcha. En este puesto de
castañas empezaba todos los sábados y domingos el pase hasta la punta (ida y
vuelta una y otra vez) de mozos y
mozuelas a los que el son de “Suspiro de España” desde el altavoz exterior del
Teatro Cine José González Marín, levantaba a ellos la moral para arrimarse para “arrimarse” a alguna joven y requerirla de
amores.
Los días
entre semanas los niños y niñas, y no tan niños ni tan niñas,
jugábamos en las terrizas calles
cogidos de la mano y cantando coplas de
rueda mientras danzábamos en corro:
“Eres alta y buena moza
Y te falta lo mejor,
Los colores de la cara,
La vergüenza y la razón”
(Canción típica de Cártama)
“Ya salió la niña el Bar,
Ya salió la resalá,
Ya salió la que decía
Que no salía a bailar”
(Popular)
“Si pretendes a una moza,
Primero le pisa el pie,
Y si te mira y sonríe,
¡Achucha que tuya es!
(Canto
de rueda de Cártama)
Son
costumbres idas, sabe Dios si algún día volverán. En el corazón de estos juegos hay toda una
filosofía de sencilla ironía, a veces de picardía embozada que incluso se
contenía en las canciones, todo ello muy difícil de trasladar por escrito a la
comprensión de las gentes de hoy, nietos de aquellas generaciones, pero tan
distintos.
Yo me
contento con poder satisfacer mis
nostalgias s mediante la lectura. Hoy leo a uno de mis poetas favoritos, Juan Ramón
Jiménez:
“La luna es entre las nubes,
Una pastora de plata,
Que, por senderos de estrellas,
Conduce manadas cándidas...
... ¡Ay, dulces abrevaderos
Del horizonte; aguas claras;
Remanso de eternidad;
Verdes riberas erráticas...!
...La luna va lentamente,
Desnuda, bella, extasiada,
Cantando a la tierra ignota,
Por sus caminos del alba.